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Vi al Padre Kolvenbach por primera vez...

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Vi al Padre Kolvenbach por primera vez hacia el final de los años 80 cuando yo era estudiante de teología. Con su solemne sotana negra, se caracterizaba siempre por su amabilidad. Fue en un encuentro con los estudiantes de la provincia colombiana, en Bogotá: "no se puede condenar a los nuevos jesuitas a asumir obras que deberíamos tener la valentía de cerrar nosotros hoy", era (palabras más, palabras menos) una de las ideas centrales de su exhortación. Un hombre LIBRE; ese es mi recuerdo del P. Kolvenbach.

 

Un hombre libre para asumir el gobierno de la Compañía después de la figura gigante del Pe. Arrupe y las dificultades con Juan Pablo II; libre para mantener firme el rumbo trazado por las Congregaciones Generales y para pedirle a la Compañía ser fiel a su promesa de servicio a la iglesia bajo el Romano Pontífice; libre para dejar sus gustos y orientaciones profesionales y pasar a servir en la curia, aprender y dominar el "vaticanés" y vestirse siempre en sotana o de clergyman para que otros pudieran tener la libertad de vestirse de otras formas; libre para llamar la atención de sus hermanos jesuitas cuando consideraba que había excesos, y libre para defenderlos con todo el corazón y la razón cuando era necesario (como en el caso del Pe. cardenal en Nicaragua, y muchos otros); libre para renunciar a su mandato como General de la Compañía y libre para dar inmediatamente un paso al costado cuando fue electo su sucesor. Libre para abandonar Roma y volver a prestar sus servicios en una biblioteca al servicio de un puñado de estudiantes en Beirut. Libre, en fin, para morir en el anonimato y no haber querido figurar nunca entre los grandes jesuitas del siglo XX. Un eterno gracias al P. Kolvenbach.

Roberto Jaramillo, S.J.

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